Estados Unidos es una nación de inmigrantes. Tenemos que restaurar la humanidad a su sistema migratorio.
By Chatham News & Record Staff
“No me arrepiento de nada”, me dijo mi mamá hace poco. “Mi prioridad eran tu hermana y tú”.
Nuestra conversación comenzó después de que salió otra ola de sentimiento anti-inmigrante. Le pregunté cuando ella escuchó la frase “El Sueño Americano”. Ella dijo que no llegó a escucharlo hasta que llegamos a California al final de los 90s para estar con mi abuela. Mi mamá sabía que tenía que encontrar un lugar donde ella podría proveer por nosotras y darnos el futuro que no podríamos tener en Guatemala. Un futuro con más oportunidades. Un futuro lleno de esperanza. Un futuro lleno de éxito que trasciende la riqueza monetaria.
Una maestra de profesión, ella era una madre soltera de dos niñas. Ella se vio confrontada con dos opciones. Podía mudarse a una región rural y montañosa con la única vacante para un maestro y el salario mensual insuficiente de 700.00 quetzales (menos de $100), o podía buscar mejores oportunidades para sus hijas.
Perseguir sus sueños significaría que ella y sus hijas estarían lejos de casa del abuelo y aún más lejos de la familia que ya estaba en los EE.UU. porque eran pocos los recursos en el pueblo fronterizo que las vio nacer. Estábamos en un lugar donde los sueños no se podían realizar ni con sacrificio, ni tomando riesgos, ni trabajando duro.
Ella escuchó sobre la “tierra de oportunidades”, donde ella podría encontrar trabajo para mantener a sus hijas. Una tierra donde la educación de sus hijas sobrepasaría el 6º grado, una tierra con cuidado médico adecuado para ayudar con la operación especial para el ojo de mi hermana. Una tierra donde estaría cerca de sus hermanos y tendría un lazo familiar continuo. Con miedo y determinación, nos dirigimos a los EE.UU., una tierra mística, donde mi mamá entregó su juventud a trabajos esporádicos y a procesadoras de pollos, donde ella soportó humillaciones, maltratos, horas de trabajo agotadoras. Todo por la esperanza de un mejor futuro para sus hijas.
A pesar de que venir a los EE.UU. hace más de 20 años significaba abandonar su profesión, mi madre nos enseñó que la fe, una educación, y la compasión por nuestros compañeros era la clave para el éxito. Siendo la mayor, me enseñaba todo lo que había aprendido como maestra en español. Ella me decía, “Te voy a mostrar lo que sé. Vas a tener que aprender lo que significa en inglés”. Me esforcé para salir del Programa de Inglés como Segundo Idioma (ESL), obtener puras “A’s”, unirme al Programa de Dotados Académica e Intelectualmente, y pasar muchas horas de voluntariado en nuestra comunidad de fe y en clubes de escuelas.
Estaba muy agradecida de ser elegida como presidenta de varios clubes y organizaciones, e intenté lo mejor para seguir luchando durante la preparatoria, pero me estaba derrumbando. La vida me había forzado a crecer rápidamente. No pude aguantar el peso de ser la mayor entre mis hermanos y mis primos y todo lo que implicaba. La vida familiar había tomado un número y mi dedicación académica y comunitaria flaqueó. Se me fue negada la entrada al colegio comunitario local, lo que destrozó mis esperanzas de restablecer mi camino.
Sin esperanza y la promesa de un futuro, dejé ir mis sueños.
Nos adelantamos a junio del 2012, cuando la Secretaria de Seguridad Nacional anunció que “ciertas personas que vinieron a los Estados Unidos como niños y cumplían con ciertos requisitos podrían pedir consideración de acción diferida (el uso de poder fiscal para diferir medidas de deportación a un individuo por un cierto periodo de tiempo) por un periodo de dos años, sujeto a renovación, y podrían ser elegibles para permiso de trabajo”. En otras palabras, los recipientes de DACA podrían trabajar e ir a la escuela, entre otros derechos, y estarían protegidos de deportación durante el periodo aprobado, pero Acción Diferida no proveería estatus legal de largo plazo.
Las solicitudes de DACA deberían ser renovadas cada dos años.
Soy una de los más de 616 millones de recipientes de DACA según lo presentado por USCIS. Puedes conocernos como “DREAMers”, en parte por la Ley de Desarrollo, Alivio, y Educación para los Menores Extranjeros (DREAM Act) y en gran parte porque tenemos grandes sueños y esperanzas para un mejor futuro. Somos jóvenes que hemos crecido en América, nos identificamos como Americanos, y somos parte de la mezcla cultural de América. Llamamos casa a los EE.UU. Sí, muchos de nosotros estamos orgullosos de nuestra herencia, de nuestra cultura, de nuestros orígenes, del esmero de nuestra comunidad por el mejoramiento, sacrificio, arriesgarse y trabajo duro (y con todo derecho).
Debido a DACA, hemos convertido los sacrificios de nuestros padres en un compromiso con nuestras comunidades. Somos trabajadores esenciales. Somos trabajadores de salud. Somos maestros. Somos trabajadores de la comunidad. Somos parte de la comunidad de fe.
Todos estos logros son una bella representación de lo que queremos destacar para nuestras generaciones presentes y futuras.
DACA me ha permitido trabajar legalmente, obtener licencia de conducir, y esforzarme por mi familia. Dicho eso, el intentar planear mi vida en lapsos de dos años ha sido difícil, especialmente por el va y ven sobre el futuro de DACA y la hostilidad continua contra inmigrantes indocumentados. Me siento como si viviera en el limbo; estoy conteniendo mi aliento mientras me preocupo por mi familia y miembros de la comunidad sin DACA.
Una cosa es cierta: Una sociedad viviendo de forma individualista y permitiendo que sus miembros vivan en miedo sufre y se encuentra con estructuras comunitarias e institucionales debilitadas. Como el impacto negativo que el miedo puede tener en nuestros cuerpos, puede llevar a una mala salud hasta incluso la muerte prematura. Si no es tratado, estos impactos negativos pueden expandirse como fuego.
Todos queremos comunidades saludables y prósperas. Necesitamos restaurar la humanidad y valores Americanos en nuestro sistema migratorio.
Tenemos que unir fuerzas con organizaciones cívicas de confianza, como El Vínculo Hispano, una institución cimentada en la cultura Hispana que colabora con muchas otras agencias para ayudarles a entender los problemas que enfrenta nuestra comunidad.
Necesitamos empoderar a miembros de nuestra comunidad para que expresen sus preocupaciones y que hablen por sí mismos. El momento de empujar y mover para sanidad ya ha llegado. Debemos corregir nuestras leyes migratorias anticuadas que ya no sirven a su propósito y que fuerzan a millones de personas a las sombras de nuestra sociedad.
Un sistema migratorio justo debe traer a la luz a los millones de inmigrantes que son parte del tejido de nuestra sociedad, que han vivido aquí años, y en muchos casos décadas. Un sistema migratorio justo debe incluir un camino a la ciudadanía. Debe mantener a familias unidas y proteger a nuestras comunidades vulnerables. Debe abrazar nuestra diversidad. Debe promover la integración e inclusión de inmigrantes y refugiados. Un sistema de migración justo debe cultivar el desarrollo y la prosperidad económica, y así asegurar mayores protecciones a los trabajadores.
Nacida en Guatemala, Hannia Benitez es la hija de ciudadanos guatemaltecos y hondureños. Es la subdirectora de El Vínculo Hispano en el Condado de Lee, donde trabaja para promover los derechos de los hispanos en los niveles locales y estatales. También es presidenta del recién formado Comité Asesor de Inmigrantes de Siler City, donde vive con su esposo y tres hijos.